¡No a la guerra! ¡Si al desarrollo cultural!

Hoy es Ucrania, pero no solo. Se están librando batallas y conflictos en más de 50 países, entre ellos Afganistán, Yemen, Haití, Palestina, Etiopia… No todas las guerras son iguales, cada conflicto tiene su particularidad en función de los motivos que cada una de las partes enfrenta. Pero no hay ninguna guerra buena. Sus consecuencias son desastrosas. La más grave, las pérdidas humanas, también las económicas, pérdidas materiales, y principalmente las psicológicas, con sentimientos de odio, desprecio, ira, desesperación, síndrome de estrés postraumático, desplazamiento forzoso, desarraigo. Cicatrices invisibles que deja una guerra en la población.

¿Es inevitable hoy, en pleno siglo XXI un conflicto bélico en el que los únicos que pierden son los más débiles? Los conflictos, cuando desde el diálogo democrático, sirven para encauzar y dar solución a las imperfecciones de los diferentes contextos, no representan ningún problema, todo lo contrario, contribuyen a reforzar la unidad entre los diferentes pueblos, pero siempre desde un escenario democrático. 

Frente a lo traumático de la guerra, el poder de la palabra, el lenguaje como instrumento humano. Pero la guerra es inevitable. Es la violencia, como pulsión de muerte, y el recurso de las armas que surgen como estrategia única de resolución de los conflictos. Es una disposición natural de los seres humanos cuando se sienten amenazados en cualquiera de los ámbitos sociales, religiosos o étnicos. Miedos primitivos que les impulsan a cumplir con un deber, en la defensa de sus aspiraciones y los valores fundacionales de la sociedad. 

Pero existe otro recurso que es el derecho, la fuerza de la comunidad, de la colectividad para hacer frente a las desigualdades, a la pulsión destructora anteponiendo los lazos sentimentales que los unen en contra de la guerra. En la respuesta que Sigmund Freud daba a la carta de Einstein en relación a los vínculos afectivos y las acciones violentas, señalaba que las espirales destructivas podrían ser contrarrestadas por Eros, mostrando nuestra capacidad empática, reconociendo al otro en su alteridad, en su otredad, siendo responsables de nuestros actos, transformando nuestra manera de pensar, de simbolizar sin entrar en paranoias. 

Si desde nuestra escucha como psicólogos trabajamos con el sujeto para buscar la integración en la sociedad, también deberíamos, como colectividad, poner especial atención y tratar de evitar ser arrastrados por las tentaciones destructivas. Y mientras sea inevitable y utópico poner fin, una vez más, a la aparición de una guerra, no nos queda más que trabajar por el desarrollo de la cultura contra la guerra.


Imagen: Rosa Rosado

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