Una mirada a la angustia a través del miedo, pánico o vértigo

Cuando hablamos del miedo, es preciso diferenciar el miedo real, que es aquel que se produce como consecuencia de una amenaza, de un peligro real en el que se pone en riesgo la integridad de una persona, y otro tipo de miedo, al que llamaremos miedo neurótico, donde no hay un peligro real que suponga una amenaza, un miedo que a menudo es inexplicable.

Aunque algunos piensen que el miedo es un síntoma de la actualidad, no es así. El miedo es atemporal, nos constituye casi como cualquier órgano de nuestro cuerpo. El miedo existe y ha existido desde comienzo de los tiempos, existe como sentimiento, un sentimiento humano, como cualquier otro sentimiento. El miedo es además una manifestación, es el efecto de un conflicto entre las pulsiones y aquellos mecanismos que reprimen su representación. Es lo que llamamos fobia.

En general, el miedo tiene un objeto, es decir se dirige hacia algo, se tiene miedo a algo, es una fobia, un síntoma, que nos indica que hay algo sobre lo que tenemos que trabajar. Esta fobia, ese miedo tiene que ver con las situaciones en las que el sujeto queda trabado, queda pegado a algo. A veces nos identificamos con algo a lo que quedamos fijados, como por ejemplo cuando tendemos a fijarnos en un ser “yo soy de esa manera” o el tantas veces repetido “yo soy así y no voy a cambiar”. Y el cambio cuesta mucho porque está relacionado con un dejar de ser lo que soy para ser otro y eso supone una ruptura. Y ya sabemos lo que nos cuesta “romper”, cambiar, desapegarnos. Y lo que no cambia, se repite, una y otra vez.

Y así, el miedo, la fobia inexplicable se traduce en angustia, que algunos autores describieron como miedo al miedo, una vivencia intransferible. Y en nuestra huida de la angustia vivimos buscando refugio en aquellas cosas que nos resultan familiares. Un enfoque lacaniano nos enseña que la angustia no está en lugar de ninguna otra cosa. Que la angustia no engaña, no es como un lapsus. Nos sentimos angustiados porque estamos vivos, porque tenemos un cuerpo, un cuerpo al que afectan las palabras y sobre el que no tenemos dominio alguno. Se podría establecer un interrogante acerca de la capacidad humana de dar valor a la angustia y soportarla como algo que nos es propio, que forma parte de nosotros.


Imágenes: Rosa Rosado

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