Hablemos del amor (una vez más)

Puede ser una canción. Pero, sin duda, es la “canción” que más suena en todos los ámbitos de la sociedad, también en el consultorio. El amor y la muerte son dos constructos que significan y resignifican y más movilizan a todos los seres humanos. Por amor se vive, de amor se sufre, por amor se muere, por amor se mata, … El amor puede curar todos los males, pero también puede atraerlos. En el amor no todo vale, y el amor no todo lo puede. Porque a veces con el amor no alcanza, o no es conveniente, ni, por supuesto, puede ser incondicional. El amor va más allá del amor romántico, del amor de pareja. Y también está el amor propio, ese que ponemos en nosotros para no vaciarnos de ese amor del que va a depender nuestra salud mental y emocional.

El amor ha ido cambiando de cara según las costumbres, la cultura y el tiempo. Porque no se define de igual manera en Europa que en Asia, y no es lo mismo el amor en el siglo XVII que en el XXI. El amor en tiempos de la antigua Grecia donde el amor además de Eros, podía definirse como Filias o como Àgape para referirse a la pasión sexual, a la amistad profunda o al amor por todos, respectivamente. Y el amor en los tiempos actuales, que poco o nada tiene que ver. 

Ahora las formas de amar han ido mutando: desde el amor romántico, el amor monógamo, el amor libre, el poliamor, los llamados amigovios, el living apart together (cada uno en su casa), la relación abierta, los swingers (intercambio de parejas), el amor en internet, hasta el llamado amor líquido (Z.Bauman) concepto que utiliza este autor para referirse a fragilidad de los vínculos.

El amor es una construcción, un arte que precede a una luna de miel, un periodo de enamoramiento en el que cada uno se siente fundido con el otro. Donde los límites del yo desaparecen y el nosotros refuerza la separación entre nosotros y el resto (familia, amigos…). Es solo que a partir de la desilusión, de la caída de la idealización del otro que es posible iniciar un proceso de construcción del amor, donde además del nosotros alejado del resto, exista el yo de cada uno. 

Además, el amor tiene dos caras, y una de ellas es la cara B por la que transitan los celos, la infidelidad, la angustia, el dolor, la desilusión. Y es ahí, en esa cara, desde donde se construye el amor, a partir de lo que el otro es y no de lo que yo quiero que sea. Porque la construcción falla cuando nos aferramos a esos descendientes eternos de lo que llaman “la media naranja”, que son la  fusión que buscamos en el otro (pero quién fusiona a quién); la plenitud que esperamos alcanzar (difícil vivir un amor pleno en lo cotidiano); el “para siempre” (que harás mañana si hoy ya alcanzaste el pleno amor); y en exclusiva (¿solo es posible enamorarse de una persona o porque es quien encaja?).  

El desafío de estar en pareja no termina nunca. Es necesario no caer en la rutina. ¿Cómo hacer entonces? Nada está asegurado. No vivir angustiado, pero tampoco pensar que tenemos todo demasiado seguro porque se corre el riesgo de dejar de desear. Es aprender a querer lo que se tiene, lo que se desea. Cuando iniciamos una relación buscamos todo el tiempo que el otro sume, y sin embargo el amor tiene que restar. Es cuando hacemos concesiones y a veces tenemos que «sacrificar» tiempo y espacio de los que antes disponíamos. 

Y… cuando el amor es sano… “El amor nunca muere de muerte natural. Muere porque no sabemos cómo reponer su fuente. Muere de ceguera, errores y traiciones. Muere de enfermedad y cicatrices; muere de cansancio (Anaïs Nin)


Imagen: Rosa Rosado (del Victoria and Albert Museum)

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