Lo que se esconde tras la máscara

Los romanos para hablar de la máscara utilizaban la palabra persona, que viene de personare y que se ponían los actores del teatro clásico. Esta palabra derivaría en la personalidad de un individuo y la referencia a lo que se esconde de esa personalidad tras la máscara.

Hoy no hay rostro sin máscara, mascarilla (obligatoria), tapabocas o careta. Mientras que el rostro hace visible lo singular y la unicidad de cada ser humano, la máscara esconde nuestras neurosis en forma de fobia, obsesión o histeria en el escenario que es la vida que nos está tocando vivir en tiempos de pandemia. Y sin embargo hacerse cargo de las máscaras implica también hacerse cargo del juego y de la escena.

La resistencia a llevar mascarilla se entiende por la exposición a una situación de vulnerabilidad frente a los otros, al mismo tiempo que refleja otras variables de identificación con algunas autoridades contrarias al uso de la misma. Dependiendo de la angustia, del miedo o de las creencias personales, la mascarilla representa la ética personal en la que se deje o no de lado el cuidado de los otros, entendiendo la superación de esta pandemia no de una manera individual, sino de un proyecto colectivo en el que las decisiones que se toman afectan tanto individualmente como para el bien común.

Porque ponerse la mascarilla primero, protege al otro. Es igual que la ya conocida metáfora del avión: en caso de despresurización lo primero que se debe hacer es ponerse la mascarilla uno mismo antes de ayudar a los demás. Hay cierta resistencia, en un comienzo, a entender que esta acción no es para nada un acto narcisista, ya que asegura la supervivencia de los dos, en caso de desmayo de uno de ellos. Cuidarse uno mismo para cuidar a los demás, esa es la idea.

Después están los detractores o escépticos en el uso de la mascarilla. Los argumentos que encontramos son: cuánto de vulnerables nos sitúa su uso de cara a los demás; la falta de certeza o evidencia científica al cien por cien de su efectividad en espacios abiertos (desde el comienzo de la pandemia se ha pasado de la irrelevancia de llevarla a la obligatoriedad de la misma); y la imposición por parte de las autoridades a utilizarla con la consiguiente limitación de libertades, entre otras.

Lo que si parece evidente es que llevarla (la mascarilla) es un elemento más de protección para evitar el contagio a los otros a la vez que nos protege a nosotros mismos, evitando así la propagación. Es una cuestión cultural aceptar este elemento como medida de seguridad. Países acostumbrados a usarla para controlar otras infecciones han indicado menores índices de contagio y menor mortalidad.

Una vez más se impone la responsabilidad individual en el bienestar comunitario. Actuaciones irresponsables tienen que tener una respuesta. Por un lado denunciando y renunciando a los representantes políticos mundiales que con sus mensajes partidistas y populistas confunden y ponen en riesgo a la humanidad, y por otro a aquellos colectivos que con sus actuaciones irresponsables ponen en peligro la integridad de las personas más vulnerables con consecuencias que pueden derivar en enfermedad y en el peor de los casos en la muerte, casi siempre en soledad, de los seres de su entorno más cercano.

Son pocas las emociones que se dejan ver tras la máscara. Y si hay alguna que trasciende, esa es el miedo que se percibe en los ojos, donde solo hay mirada que mira, tal vez, sin ser vista. Miedo y estrés, no solo al contagio, también a la amenaza de confinamiento de nuevo y al riesgo de perder lo más importante además de la salud, las relaciones sociales y el poder económico. Este miedo continuo pronostica una salud psicológica que se verá afectada en un futuro cercano.

El temor, el miedo y el estrés debilitan nuestro sistema inmunológico que es el que nos protege contra los virus. Nos está volviendo huidizos, acusadores y nos aboca al odio hacia el otro a quien tachamos de irresponsable si percibimos que no se hace cargo de la situación, aunque desconozcamos los motivos de su comportamiento. Pero también nos paraliza, nos aisla y nos impide actuar en la búsqueda de soluciones.

Las campañas del miedo no tienen efectos positivos en la población, al contrario puede tener graves consecuencias psicológicas. Mejor despertar conciencias acerca del sentido de la responsabilidad individual para el bien colectivo, antes que infundir el miedo. Así como dosificar la sobre información existente en los medios de comunicación. La población empieza a estar cansada y esto puedo estallar. Es preciso tomar medidas de protección sin llegar a paralizar la vida, garantizando y apostando por la sanidad pública, el cuidado de los mayores y enfrentando el miedo paralizante que nos permita encontrar la vía para evitar tanto sufrimiento.

Es un gran desafío para los “líderes” mundiales, que antes que nada deben estar a la altura de las circunstancias. Pero también es una gran responsabilidad que nos atañe a todos y cada uno de nosotros, actuando en local y pensando en global. Que el slogan “esto lo paramos unidos” no se quede solo en un slogan.


Imagen:  Rosa Rosado

2 respuestas a “Lo que se esconde tras la máscara

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