La pereza, renuncia por el deseo

La pereza hoy, tratada no como un pecado capital atribuido desde un enfoque religioso, sino con una mirada distinta. Un cierto paralelismo entre lo que se ha venido perfilando hasta principios del siglo XIX de insania moral, o una enfermedad del alma en cuanto a sus valores morales, y lo que la psiquiatría entiende. Aquí vamos a mirar este “pecado”, la pereza, desde una perspectiva intersubjetiva o social, también moderna. Vamos a pensar la pereza como una especie de negligencia, de dejación de nuestras obligaciones desde un punto de vista ético, o una falta de compromiso, o desde la renuncia por el deseo.

Es difícil imaginar la pereza en tiempos del ser humano prehistórico cuando los únicos planes que se tenían entonces era satisfacer las necesidades del presente, no dejando nada para el futuro. Con el concepto de tiempo simbólico, de el desarrollo del lenguaje y la autoconciencia, es cuando surge la falta y surge también el deseo.

En la sociedad actual, la gestión del tiempo que se ocupa de la máxima rentabilidad en el menor tiempo posible en términos económicos, sitúa la pereza como un error, un fallo dentro del modelo económico productivista, pues el modo ocioso es incompatible con este sistema, este concepto. Una sociedad cuyo pensamiento neoliberal impone la cultura del rendimiento perpetuo, sin espacio y tiempo para el análisis. La pereza puede ser también fuente de sufrimiento cuando está asociada a una conducta y se presenta más como un síntoma que como el estigma atribuido.

La pereza en la infancia por la que muchos padres se preocupan está relacionada más con la ensoñación, con el juego, con la ociosidad. ¿No es esto una manera de hacer algo? Que un niño no juegue, que un niño no sueñe, es muy preocupante. Estas actividades o actitudes en los niños son necesarias vivirlas y experimentarlas para poder realizarse. Para poder crecer. Pero también la pereza puede ser invalidante cuando existe una imposibilidad de decidir, de resolver los conflictos que llevan a los adolescentes al aislamiento, al aburrimiento, al cansancio…que algunas veces puede esconder un síntoma depresivo.

Y más tarde, en la edad adulta, cuando lo que decae es el propio deseo, cuando el sujeto no encuentra el camino o piensa que no merece la pena el esfuerzo; se resiste ante la elección que tiene que hacer entre sus posibilidades, y queda inmovilizado, elude su responsabilidad que desplaza hacia Otro (la familia, el jefe, el gobierno…), al que se quejará y culpará de su destino. La pereza entonces se representará como un refugio nada cómodo en el que sujeto tendrá que debatirse entre todos sus afectos depresivos, angustiosos o frustrantes.

Hasta que, como siempre, la culpa llama a la puerta, hallándose el sujeto sumido en la tristeza, en la depresión en la que se hunde cada vez más hasta complacerse o encontrar en ella su goce. En la pereza lo que hay es una imposibilidad de acceder al deseo y se calma esta falta cediendo ante aquello que es más fácil de alcanzar, en estos tiempos líquidos (que decía Bauman).

Una patologización de la pereza puede sumir al paciente en el vacío, con serias dificultades de emprender nada que ponga en evidencia su falta. Será la angustia la que lleve al paciente a emprender un camino que le permita, con el acompañamiento profesional, recuperar el deseo, que es el motor de nuestra existencia.

Imagen: De Internet: pintura de Edward Munch, titulada «Al día siguiente»


 

 

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