Madre-hija una relación devastadora

La madre es el primer objeto de amor de una hija o un hijo,  es el primer vínculo, una relación muy intensa llena de ambivalencia que puede durar toda la vida. Aunque se dice que antes que la madre, es el pecho la primera fuente de satisfacción de un niño o niña. Con esta función se atiende a la demanda de las necesidades del bebé, no a la demanda de amor en la que la función materna, que bien puede ser llevada a cabo tanto por el padre, la madre, la sociedad, un tutor, una institución…está dirigida a proporcionar al niño o la niña la alimentación, la seguridad, los afectos y la protección necesarios para desarrollarse como sujeto.

La función materna no siempre ha sido ejercida por la madre. En una época pasada esta labor era desempeñada por las nodrizas y también en otras culturas o países la función materna la ejercen otras personas próximas, como tíos maternos u otros parientes cercanos. También la sociedad o algunas instituciones ejercen esta función, que contribuye, junto a la función paterna (no necesariamente el padre) al desarrollo del niño o niña y su constitución como sujeto.

Tanto la función materna como la función paterna pueden recaer en un solo sujeto (muchas de las familias en la actualidad son ahora monoparentales o la componen dos personas del mismo sexo).  Y la función materna, además de la madre, puede ejercerla el padre, así como la función paterna también puede ser ejercida por la madre o el padre indistintamente. Es importante aclarar que padre y madre son funciones, y que no depende del sexo que las ejecute.

De lo que se trata es que la figura paterna, bien ejercida por el padre o la madre, es una figura importante en la separación de la dualidad madre-hija, siempre que esté presente y acepte ser el tercero en la relación. La figura paterna introduce la castración simbólica necesaria para investir al sujeto y pone el corte en la relación madre-hija, abriendo la posibilidad de que algo más allá de la captación se constituya, dando lugar al sujeto deseante.

Aceptar que madre-hija nunca serán amigas, ya es un paso para entender que una relación devastadora entre ellas es una condición de la relación, nunca un síntoma a curar, entendida esta devastación no como una mala relación entre madre hija a causa de una mala madre. Tanto las hijas como las madres han vivido en algún momento de sus vidas ese impacto, una devastación por la cercanía asfixiante o por la ausencia  excesiva, de un amor sin límites incapaz de satisfacción plena y condenado a la decepción.

En la edad adulta ya no es momento de idealizar el amor de la madre, sino de aceptar la relación, evitando competir con ella, no posicionándose en el rol de madre, sino ocupando el que como hijas nos pertenece; dejando de responder reactivamente, dando respuestas que nos hagan sentir mejor a nosotras mismas, u optando por no dar ninguna respuesta. Es la única forma de romper el vínculo tóxico con la madre y no repetir ese esquema en el futuro.


Imágenes: Rosa Rosado

 

 

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