A vueltas con los nacionalismos y las identidades

A veces, nada cambia para que todo cambie. El sentido de responsabilidad sigue “dormido” mientras se mantienen, por un lado, las amenazas, por el otro el desafío. Todo un pulso entre dos facciones que nada tienen que perder, porque el que pierde es siempre el pueblo, su gente, la sociedad y sus valores. Estamos sometidos (a la vez que “anestesiados”) a la manipulación de los nacionalismos, de los fanatismos que tanto de un lado como de otro hacen uso del proselitismo para captar, como una secta, acólitos que les sigan en sus doctrinas, enarbolando los diferentes símbolos que representan, sin respetar aquellos que les son propios a los otros, a la vez que nos alejan, los símbolos, de toda posibilidad de comunicación, del uso de la palabra como factor clave en el fortalecimiento de los lazos sociales.

Los símbolos, en forma de tierra, muchas veces estéril, de banderas que solo sirven para identificar a los diferentes bandos, llevan a la fractura social a los pueblos, los alejan de sentimientos de solidaridad, de la reivindicación de una sociedad más justa, más igualitaria, mejor no solo para unos pocos. Los que hemos bebido de esa fuente, la de la inmigración, los que somos hijos de inmigrantes o que nuestra identidad (o múltiples identidades) es fruto de una mezcla de circunstancias y experiencias que nos ha tocado vivir, sabemos de las consecuencias negativas que supone la uniformidad, porque lo esencial es ser persona, único, ciudadano que respeta las particularidades pero huye de la uniformización.

De acuerdo a la reflexión que hace Amin Maalouf en su libro “Identidades asesinas”, la identidad es compleja y única, integrada por múltiples pertenencias, lo que hace que las personas nos vayamos enriqueciendo a base de todas ellas. Si la identidad es algo que se va construyendo y transformando en interacción con los otros a lo largo de nuestra experiencia, compartir una misma identidad lleva a las personas, en defensa de su libertad a adherirse a grupos que se ayudan entre sí y justifican cualquier cosa que hagan (un claro ejemplo en la historia lo vemos en la limpieza étnica y las rivalidades entre los pueblos).

Para evitar un choque de culturas es preciso eliminar fronteras, banderas, símbolos que separan más que unen y dejarnos abrazar, los países de destino, por los valores culturales de los que podamos ser depositarios y al mismo tiempo promover la integración para que ese inmigrante pase a formar parte de esa otra cultura, se sienta acogido y evite, en lo posible, la formación de guetos mostrando signos de su diferencia, en su intento de acercarse más a su país de origen.

Porque cada vez somos más diferentes, ya que somos depositarios de una herencia vertical (la de nuestros antepasados: creencias, tradiciones…) y otra horizontal, la que se va construyendo poco a poco y es producto de nuestra época actual. Como señalara Maalouf en su libro, la clave es la reciprocidad, en la que tanto los que acogen, como los que se integran, aporten parte de sus creencias y que la suma sea acumulativa, es decir, múltiples pertenencias, que se vaya modificando en el tiempo, gracias al intercambio cultural.


Imágenes: Rosa Rosado

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