El silencio es también escucha

Sentirse escuchado o escuchar es en la actualidad un raro fenómeno. Respondemos antes de escuchar al otro,  y nuestras opiniones se solapan. Como no escuchamos, la respuesta no responde siempre a la pregunta, lo que ocasiona malentendidos. Y esto a menudo lleva a la confrontación y a la crispación, en un tono que va subiendo de volumen hasta acabar en griterío en el que nadie se entera de nada.

¿Tendrá algo que ver con el exacerbado narcisismo social, con el inflado ego que nos caracteriza en los tiempos actuales? El lenguaje no es unidireccional y por lo tanto es preciso escuchar al otro en su alteridad.

Dicen que en el futuro habrá una nueva profesión, la de oyente, y que acudiremos a ser escuchados porque apenas quedará nadie que nos escuche.  Antes (tal vez todavía para algunos) era la confesión para las personas religiosas la que podía constituir un escenario de escucha, y para los no creyentes, este espacio estaría ocupado por los analistas. Por lo que la profesión ya existe como tal.

Pero ser escuchado en cualquier escenario  y por cualquier otro al que hablamos, sin necesidad de concurrir a espacios terapéuticos o religiosos,  tiene también grandes implicaciones para el ser humano. Escuchar implica que el otro te importa o le importas a él o a ella. Mediante la escucha desarrollamos la empatía y la solidaridad, dejando de lado nuestra propia opinión, juicios y prejuicios para brindar a ese otro todo nuestra atención, nuestra escucha. El silencio es a menudo una buena herramienta para que el otro revele cuanto le sucede y como se suele decir “quitarse un peso de encima”.  Y es en el silencio donde forjamos un espacio para permitir habitar al otro.

Y aunque el malentendido es inevitable como parte del ser humano e intrínseco a la comunicación y ligado al lenguaje, no nos queda otra que intentar, si no evitarlo, sí allanar el camino mediante la escucha atenta, pues como dice el dicho lacaniano “aunque sabemos lo que estamos diciendo,  no sabemos lo que el otro entendió”.

Y es que a escuchar también se aprende si se pone en práctica. Una escucha activa implica no solo oír lo que el otro tiene que decir sino escuchar que lo que dice tiene interés para ti. Sin olvidar que si no escuchamos bien una pregunta, la respuesta, con toda seguridad, no será la correcta. Pongamos, pues, en práctica la escucha, practicando, dándonos cuenta de que esperar a que el otro acabe su relato, enriquecerá nuestra respuesta y en derivado la comunicación.

Imagen: Rosa Rosado


 

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