Manejo del duelo y afrontamiento de la muerte (conferencia)

Cultura, muerte y otras curiosidades.

Tanto la muerte como los rituales han sido una preocupación para las diferentes culturas desde la antigüedad, y se han desarrollado diferentes tipos de actuación social como símbolo de dolor.

En las civilizaciones clásicas, como Egipto, la técnica destacada en los rituales de muerte ha sido, por excelencia, el embalsamamiento, muerte que significaba la separación de los elementos, por ello la única finalidad que se buscaba era la de la conservación del cuerpo. En Grecia se encuentra el origen de los cementerios, tal como lo muestra las apariciones de las primeras necrópolis o ciudades de enterramiento. De entre los ritos funerarios, destacaba el rito de Caronte, conocido por colocar dentro de la boca una especie de moneda de poco valor, como pago del pasaje al barquero en su travesía por los ríos infernales en la barca. Y en Roma, el rito funerario, una bonita forma de despedida, se iniciaba a través de un beso, con el objetivo de recoger el último suspiro del difunto, se le cerraban los ojos, y entonces se le llamaba por su nombre. Durante la época republicana, y a comienzos del Imperio, la cremación estaba reservada a los ricos y la inhumación a los pobres y a los esclavos. Tras la llegada del Cristianismo, la inhumación o el enterramiento se convertiría en el único procedimiento.

Existen también diferentes formas de despedir al fallecido, en función de las creencias religiosas, del clima, de la geografía o del rango social. Por ejemplo el abandono del cadáver preferida por las tribus nómadas de distintas partes del mundo, principalmente de Asia y África; o la inhumación, que ha sido la práctica más difundida en todo el mundo, con curiosidades como que en algunas tribus de Japón entierran a sus muertos a los dos días de fallecer con lo mejor que tienen y después queman la casa del difunto. O en otras tribus donde el entierro se acompañaba del sacrificio de sus esposas o personas allegadas.

Otras forma de despedida o evacuación, es la práctica más difundida de toda la historia de la humanidad, que es la cremación o incineración que data de hace más de 3000 años antes de Cristo. También en la Península Ibérica, iberos, celtas, púnicos, fenicios, etc. quemaban a sus muertos en una pira funeraria, recogiendo, al terminar las cenizas y los fragmentos de hueso, con los que se hacían amuletos.

Todas las formas rituales se llevaban a cabo con la función de manifestar el afecto y el amor que se tiene por la muerte de un ser querido.

El duelo y su función

Lo primero que debemos saber es que el duelo es una reacción normal que experimentamos los seres humanos tras una pérdida, pérdida que puede ser, además de la de un ser querido, la de un objeto o la de una situación significativa para nosotros. También que el duelo es un proceso y no un estado y como tal implica tareas de elaboración que requieren esfuerzo. El proceso de duelo es un proceso vital que tenemos que elaborar si queremos volver a reconstruir un mundo, que probablemente se haya hecho pedazos tras esa ausencia o esa pérdida.

Una característica a tener en cuenta, también, es que la intensidad del duelo va a depender de la intensidad de los vínculos de apego entre la persona fallecida y la persona doliente. Y que el duelo es una experiencia individual que se vive en solitario. Y en este proceso cada uno de nosotros tiene que construir su propio viaje de sanación, en el tiempo que sea necesario para superarlo, y que dependerá de cada persona en particular y del vínculo que teníamos con la pérdida.

Este proceso también requiere: afrontar los cambios que se van a producir en nuestra vida, reorganizar nuestra escala de valores, reinventar la relación con la persona que hemos perdido, si es el caso, y crear nuevos proyectos para volver a reinsertarnos al entorno social al que pertenecemos.

Algunos tipos de pérdida

A lo largo de nuestra vida, podemos experimentar diferentes tipos de pérdidas, que no se limitan únicamente a la muerte de un ser querido sino también la pérdida de la salud, una ruptura amorosa, la pérdida de empleo, cuando perdemos la relación con un amigo, también la inmigración, con la consiguiente pérdida de identidad, que en ocasiones conlleva alejarse del país de origen, y también el duelo que se hace cuando nos jubilamos, al término de nuestra vida laboral…y cada una de estas pérdidas conlleva un proceso de duelo en el que la persona deberá no solo aceptar esta nueva realidad, sino reacomodarse a ella de una manera saludable, es decir que el duelo se complete con éxito, lo que llamamos duelo normal. Pero no solo se hace el duelo en la edad adulta por las renuncias que debemos hacer como parte de nuestra maduración en la vida. De hecho las pérdidas son continuas a lo largo de nuestra vida.

El nacimiento es la primera y más dolorosa separación. Las pérdidas que conlleva el propio crecimiento: En la infancia, los niños también tienen que hacer el duelo cuando no les queda otra que renunciar a la imagen que tienen de sus padres como solucionadores de todos sus problemas, lo que se llama la caída del padre ideal.

En la adolescencia, renunciando a la identidad infantil para acomodarse a la nueva etapa y madurar en su relación con los adultos. También aquí los padres tienen que hacer el proceso de duelo por la necesidad de reformulación de las relaciones padres-hijos que de repente se convierte en una relación extraña, en la que los hijos tienen una actitud más reservada.

Se hace también el duelo cuando uno deja a los padres para casarse, o para iniciar una nueva relación o simplemente para independizarse. También los propios padres cuando su vida se ve alterada porque los hijos salen del hogar, el nido vacío, que ya vimos en la charla sobre el sentimiento de soledad.

Y también se hace el duelo por la pérdida de bienes materiales; por la pérdida de la propia cultura al emigrar; por la pérdida de vínculos afectivos; por la enfermedad, y la muerte como pérdida más temida.

Duración y fases en el proceso de duelo

Las etapas del duelo no llevan un orden establecido, sino que vamos y venimos de ellas hasta que finalmente aceptamos la muerte o la pérdida como un hecho inevitable de la vida.

  • La etapa de la Negación: es una etapa en la que nos decimos aquello de “esto no está pasando” y nos resistimos a aceptar la pérdida. Lo hacemos así porque la realidad es tan dolorosa que elegimos negar que esté ocurriendo, porque aceptarlo nos obligaría a hacer algo, como tomar decisiones, por ejemplo.

Hay, en este etapa, algunos mecanismos de defensa que refuerzan la negación, como la racionalización: se trata de darnos buenas razones para no aceptar la pérdida, aunque la mayoría de las veces estas razones sean ilógicas o absurdas, pero sirven para no aceptar la realidad. Otra resistencia o mecanismo de defensa es la negociación: tenemos expectativas de que podemos evitar la pérdida, por ejemplo en una ruptura amorosa cuando nos autoconvencemos de que la relación funciona o podría funcionar, y hacemos todos los intentos posibles hasta que la realidad nos coloca con firmeza con los pies en la tierra.

Y ponemos en marcha todos estos mecanismos de defensa porque queremos evitar en lo posible sentir enojo, dolor o tristeza, sentimientos que se reprimen, que no se quieren reconocer. Pero lo que ocurre es que se expresan de forma alterna, como dificultades para dormir, trastornos de la alimentación, ansiedad, aislamiento… ¿Qué ocurre cuando reprimimos los sentimientos? Pues…que la mayoría de las veces se somatizan, lo que significa enfermarse físicamente. Curiosamente es más fácil expresar el dolor físico que el dolor emocional.

  • La Ira: en esta etapa, nos preguntamos: “por qué a mí?”. En el proceso de duelo, es muy difícil gestionar la ira. Es un sentimiento que, socialmente, está mal visto. Desde pequeños nos enseñan a reprimir o negar la rabia, en lugar de enseñarnos a manejarla y canalizarla. En el proceso de duelo, la ira o la cólera son expresiones normales de duelo. Es normal en esta etapa sentir culpa, por no haber llorado suficiente, por no haber podido controlar el llanto, incluso a veces, los adultos nos culpamos de no haber hecho lo suficiente, de no haberlo cuidado más, como si de nosotros dependiera evitar la tragedia. En esta etapa también es importante que tanto los amigos como los familiares dejen que el doliente se exprese libremente, sin juzgarlo o reprenderlo, ya que esto es normal y temporal.
  • La Negociación: hay una frase que resume esta etapa de la negociación, y es “Qué hubiera pasado si…?” Nos quedamos en el pasado para intentar negociar nuestra salida de la herida mientras pensamos en lo maravillosa que sería la vida si la persona en cuestión estuviera con nosotros. Es una etapa de sentimientos y fantasías que no coinciden con la realidad actual.
  • La desesperanza o la pena: en esta etapa los sentimientos que van cobrando mayor fuerza son predominantemente la tristeza, la desesperanza, el miedo y la incertidumbre ante el futuro. Es aquí donde se va aceptando la situación. Pensamientos como “echo de menos a mi ser querido, no tiene sentido seguir…” indican que hemos aceptado la pérdida. Una dificultad en esta etapa está en la ambivalencia entre guardar los recuerdos sobre lo perdido u olvidarse de ellos. Y una tarea en este sentido sería la de atreverse a recordar, sentir la pena que emerge de esos recuerdos unidos a objetos y lugares y que irán perdiendo poco a poco esa viveza, esa asociación a algo que ya no podemos recuperar, para dar paso a nuevas ilusiones o experiencias.
  • La aceptación: esta etapa consiste en aceptar la realidad, la realidad de que nuestro ser querido se ha ido físicamente y que debemos aprender a vivir sin él de ahora en adelante. Debemos aprender a convivir con la pérdida y a crecer mediante el conocimiento de nuestros sentimientos. Ahora nos vamos a permitir recordar sin culpa. Invocar los recuerdos y hacer una evaluación de nuestra vida analizando el crecimiento durante este proceso.

A medida que se vayan tolerando los recuerdos en nuestra mente y en nuestras conversaciones con otras personas, el proceso de duelo se va elaborando con éxito. Una señal de este éxito es cuando vamos pudiendo emprender actividades por nosotros mismos, sin el ser que hemos perdido, y cuando los sentimientos y los estados afectivos tienen que ver más con la vida cotidiana, con lo que está pasando, que con la pérdida. En definitiva, cuando vamos incorporando nuevos intereses y relaciones es cuando se puede considerar que el proceso ha llegado a su fin.

Características del proceso de duelo

Cuando se produce una pérdida, o nos encontramos ante una amenaza, el organismo responde con ansiedad.

¿Cómo apreciamos la ansiedad? la ansiedad en el proceso de duelo comienza a apreciarse cuando tras un problema, empezamos a dar vueltas sin sentido, a notar cómo la respiración se entrecorta, a notar un nudo en la garganta, en el estómago, a no poder controlar nuestros pensamientos, etc. A nivel cognitivo las respuestas de ansiedad se traducen en aquellos pensamientos que se disparan en nuestro cerebro como “por qué me ha pasado esto a mí”, “no valgo para nada”, etc. A nivel fisiológico, son las taquicardias, el nudo en el estómago o la sudoración las que aparecen, también el insomnio, la pérdida de apetito, dolor de cabeza, etc. Y a nivel motor son las conductas que ponemos en marcha para controlar la situación, como dar vueltas sin sentido, comerse las uñas, fumar, etc.

La ansiedad se va a manifestar en diferentes áreas o dimensiones de la persona. Además de las que ya hemos comentado, también se manifiesta a nivel emotivo, social y espiritual o de valores. Por ejemplo en la dimensión emotiva, nuestros sentimientos están a flor de piel y podemos estar en shock, acompañado de aturdimiento, pánico, incredulidad o incluso rechazo. La tristeza sería una de las características más trascendentales del proceso de duelo, con expresiones de llanto, melancolía y soledad.

Desde un punto de vista espiritual o de valores, también las creencias, los ideales pueden verse afectados por el impacto de la muerte de un ser querido. Y, por último, a nivel social la persona en duelo tiene tendencia a aislarse, hay un escaso interés por la participación social, parece que la vida se ha detenido y tenemos una sensación de no pertenencia, que a veces se ve alimentada por la actitud de los demás, una actitud que nosotros percibimos como incomodidad ante nuestra presencia, llegamos a sentirnos distintos a los demás y buscamos la compañía de aquellos que hayan pasado por una situación parecida a la nuestra.

Sensaciones del duelo

Las sensaciones propias de un proceso de duelo serían:

  • alteraciones del sueño;
  • sentimientos de culpa;
  • sentimientos contradictorios;
  • estar absorto en imágenes y recuerdos;
  • idealización del difunto;
  • miedo al futuro;
  • vacío, depresión;
  • sentimientos de ira y celos;
  • sensación de falta de comprensión y de ayuda.

Algunos tipos de duelo

Son cuatro las características principales en el proceso de duelo que podemos identificar como: un estado de ánimo de intenso dolor; una pérdida de la capacidad de amar; también una pérdida del interés por el mundo exterior; y una inhibición de las funciones psíquicas, como la atención, la concentración, la memoria, o el pensamiento, que se ven disminuidos.

En cuanto a los diferentes tipos de duelo estarían: el duelo normal, que se dice así porque existe un comienzo, existe un trabajo activo de aflicción y una resolución de la vida del doliente después de la pérdida. Un proceso que se hace de forma individual, ya que no hay dos duelos iguales, y teniendo en cuenta que en el camino puede haber tropiezos y retrocesos. De acuerdo a algunos autores, entre 6 y 18 meses, llegando incluso a los dos años, y dependiendo del tipo de fallecimiento y del parentesco, por supuesto, el proceso se considera normal.

Otro tipo de duelo sería el duelo denominado patológico. Aunque las características principales de estos dos duelos coincidan, como es el estado de ánimo que se vive con intenso dolor, el interés por el mundo exterior, que tampoco existe, ni la capacidad de amar, y además hay un empobrecimiento anímico, sí hay una gran diferencia, y es que en la melancolía o duelo patológico hay un síntoma más que en el duelo normal, y este es la pérdida de la autoestima, es decir hay una disminución de amor propio, lo que se traduce en autorreproches y acusaciones o culpa, que puede llegar incluso a una delirante espera de castigo, que de alguna manera pensemos que nos lo merecemos, que nos merecemos todo lo que no está pasando. Mientras que en el duelo normal es el mundo el que se empobrece, en la melancolía o duelo patológico, es el yo el empobrecido. De ahí la pérdida de autoestima, o de amor propio.

Y después estarían otros tipos de duelo que no trataremos en este artículo pero que grosso modo son: el duelo crónico que se arrastra durante años; el duelo anticipado que ayuda a tomar conciencia de manera paulatina; el duelo retardado o el duelo ambiguo por ejemplo en el caso de personas desaparecidas.

Cada una de las pérdidas conlleva un proceso de duelo en el que la persona deberá no solo aceptar esta nueva realidad, sino reacomodarse a ella de una manera saludable, es decir que el duelo se complete con éxito, lo que venimos llamando duelo normal. La maduración y el crecimiento en nuestras vidas están marcados por diferentes pérdidas, como hemos visto, que requieren de un proceso de duelo o reajuste, que en algunas ocasiones y dependiendo de los síntomas puede requerir de la atención de un profesional, en el caso de un duelo patológico, pero si el duelo es normal, va a permitir a la persona rehacer su vida y sus relaciones, con la ayuda del entorno y de un periodo de tiempo que puede alargarse hasta los dos años, y tanto la desesperanza como la pérdida irreparable darán paso a nuevas relaciones y a nuevas ilusiones.

Conexión entre soledad y duelo

Si retomamos el concepto de soledad, decíamos que la soledad a veces es necesaria para asimilar lo vivido durante el día o en las distintas situaciones por las que hayamos pasado. Bien, pues en el proceso de duelo, la soledad también es necesaria para crecer a nivel personal, de hecho, la pérdida de un ser querido nos impulsa a desarrollar habilidades de subsistencia sin ese complemento. Aún a pesar de que es un proceso lento y difícil, todas las personas tenemos la capacidad de amoldarnos a la situación, de desarrollar potencialidades que desconocemos y aprender a creer en nosotros mismos.

La soledad en el proceso de duelo nos brinda el espacio para pensar todo lo que se quiera y podemos dar a esta decisión un enfoque positivo, eligiendo aprovechar ese tiempo para conocer nuevas cosas, estudiar algo nuevo, desarrollar manualidades o un arte, leer, hacer deporte, caminar, conocer nuevos lugares y muy seguramente nuevas personas.

Decíamos sobre el sentimiento de soledad que es temporal, también una situación involuntaria, que sería el caso de la pérdida de un ser querido y también decíamos, que dependiendo de cómo hemos ido superando las etapas evolutivas de nuestra vida: el nido vacío, la jubilación, una enfermedad o la muerte de un ser querido, en las que en todas ellas hemos realizado, de alguna manera, un proceso de duelo para superarlas, decíamos que dependiendo de cómo hemos ido enfrentando estas situaciones, llegamos a aceptarlas, incluso si al principio no lo entendemos, porque se puede aceptar sin resignación y sin precipitarse a entenderlo, ya que a partir de esa aceptación podemos elegir, como decíamos, porque hay otros tiempos, porque hay otros lugares y porque hay otros modos de vivir.

Y al igual que en la soledad, también en el proceso de duelo, debemos hacer nuestro proceso individual y enfrentar esta etapa para superarla sin tanto dolor, buscando la compañía de otros como parte del ritual, otros que no nos juzguen ni deseen minimizar o acelerar el proceso, pero que nos ayuden a salir fortalecidos de la experiencia, que nos ayuden a reconocer nuestra capacidad de apoyarnos en nosotros mismos y a recuperar nuestra confianza y nuestro valor como personas.

La cultura y los ritos funerarios en la actualidad

La vida y la muerte han sido siempre y en las diferentes culturas, caras de una misma y única realidad, es decir la muerte es un hecho social vinculado a la vida de una manera natural. Al igual que la soledad que está mal vista en algunos estratos de la sociedad, también al duelo se le ha arrebatado todo atisbo de elaboración como proceso en cuanto a rituales se refiere. Las diferentes culturas, como hemos visto al principio, conducen el problema de la muerte de diferentes maneras y son las sociedades las que poseen unas prácticas determinadas para definir unos rituales que faciliten el proceso biológico y social de la separación que afecta al individuo y también al grupo que pierde a este ser. Independientemente del carácter universal de las emociones, las diferencias de hacerlo de una u otra manera se deben a los diferentes ambientes geográficos.

En nuestras sociedades occidentalizadas, hay un vacío cultural sobre el estado del morir, que genera demasiada ansiedad y los enfermos son algo de lo que nadie quiere hablar, ya que el proceso de morir nos ha sido arrebatado por las instituciones, en manos de las que hemos dejado su gestión porque nos sentimos incómodos al despedirnos de los seres queridos. Pocas personas mueren hoy en sus hogares y rodeados de las personas que aman. También los rituales nos han sido sustraídos y no somos partícipes de las secuencias ceremoniales del proceso.

En casi todas las culturas, la muerte de una persona que integra un grupo social, se afronta mediante algún ritual que ayude a tomar conciencia de la pérdida, a expresar las emociones, a simbolizar y asumir los roles de la persona desaparecida y a integrar lo inadmisible de la muerte. En nuestra sociedad hace ya muchos años, la manifestación del luto era uno de esos rituales, o el velatorio, o el rol de las plañideras…Estos rituales ayudaban a asumir el vacío que deja en el grupo alguno de los miembros. Sin olvidar el negocio económico que genera la industria de la muerte, con esos actos ceremoniosos carentes de sentido de nuestras sociedades, como: los seguros de sepelio que se pagan durante la vida, el mercado de ataúdes, las flores, o las urnas para las cenizas.

Rozando lo estrambótico, en los Estados Unidos, se dice, que se comercializa un servicio que permite esparcir las cenizas en el espacio y en Rusia y asociado a las nuevas tecnologías se ofrece un servicio con lápidas interactivas, con pantalla integrada. Y un paso más todavía, con la criogenización humana, un método por el que se somete a una persona a condiciones de frío intenso con el objetivo de preservar su cuerpo en condiciones para ser reanimado en el futuro.

En mi opinión lo importante es el proceso de morir, no la muerte en sí misma. Vivimos en una cultura individualista y desritualizada en el sentido del proceso del morir, y aunque entendamos que morir es parte de la transformación del individuo, escondemos la muerte sin aceptar esta transformación desde un marco con sentido, un marco simbólico que indique tanto al individuo como a la comunidad el momento en el que se encuentran. Es posible que nuestra sociedad encuentre el sentido de la muerte en función de la valoración cultural del cuerpo, es decir, que nos preocupamos en exceso por la parte biológica de nuestro ser en el mundo, y entonces, concebimos la muerte como una derrota final.

También nos aterra mantener un periodo de duelo, por otra parte necesario, porque el tiempo en nuestra sociedad tampoco nos pertenece y este lento proceso del duelo evitaría volver a adaptarnos al desenfrenado ritmo habitual del que formamos parte. El compromiso y el control de la gestión individual de la propia muerte sería una buena manera de prepararse para asumir y al mismo tiempo acompañar el proceso de la muerte, es decir, una manera de reaprender el significado de la muerte. Las alternativas de ayuda que están surgiendo, la incineración, por ejemplo, como opción a la forma de evacuación tradicional, no tiene todavía un ritual específico, y sigue siendo un acto despersonalizado y a veces responde más a la necesidad de buscar una alternativa que se oponga a la celebración del ritual católico/religioso que a una opción reflexionada.

Es preciso que recuperemos, en nuestra sociedad, los rituales que acompañan a los cambios de estado, como el del nacimiento, el del matrimonio, o el de transición, en el que cada miembro de la sociedad tiene un rol que desempeñar; en el caso del tránsito de la muerte, acompañar al ser querido a separarse de la vida, a los parientes a controlar su dolor, y superar la ruptura asegurando en la sociedad la continuidad de la vida.

Superar el trauma de la pérdida

Como señalábamos al principio, el duelo es una reacción emocional ante una pérdida que cumple un papel adaptativo en el ser humano pudiendo contribuir al crecimiento personal. Esta es una de las experiencias más estresantes que ha de afrontar el ser humano y que está asociada a importantes problemas de salud, como ya se ha indicado con anterioridad: depresión, ansiedad, abuso de fármacos, alcohol…etc.

No hay recetas que permitan aliviar el dolor, pero sí algunos recursos que ayuden a vivir el proceso evitando la aparición de comportamientos patológicos. Y al igual que en el sentimiento de soledad, superar el duelo es un proceso individual que cada uno de nosotros tendrá que hacer a lo largo de la vida y tras los diferentes cambios de estado: como hijos, como padres, como esposos, como hermanos o como amigos. Un camino que tendremos que recorrer en solitario, dejándonos acompañar por los otros, por las personas cercanas con quienes compartir nuestro dolor.

No hay fórmulas mágicas por tanto, pero…empezar por aceptar la pérdida, como primera tarea, será un buen comienzo. Elaborar el proceso de duelo dejándonos sentir, recordando para olvidar, para que el sufrimiento vaya perdiendo fuerza, afrontándolo para que el duelo sea normal y no patológico. Así habrá servido para algo, nos cambiará y nos ayudará a crecer. Tendremos que readaptarnos al medio, modificando los roles en algunas ocasiones, asumiendo que la relación con el ser que hemos perdido ha cambiado su papel en nuestras acciones y en nuestros afectos cotidianos.

Tampoco, como en el sentimiento de soledad, hay un tiempo determinado para superar el duelo, este dependerá de cada persona, pero se considera que los dos primeros años suelen ser los más duros, en el caso de la pérdida de un ser querido, en cualquier caso, como mínimo un año, luego, se experimenta un descenso progresivo del malestar emocional.

Y hablando de algunos recursos que nos pueden ayudar, a afrontar mejor el duelo, he aquí algunos de ellos: deshacerse poco a poco de los objetos de la persona fallecida; crear un album con las fotos más significativas; plantear un solo objetivo por mes (cualquier paso que ayude al bienestar será un camino recorrido); escribir listas de momentos mejores y peores con la persona fallecida; escribir una carta de despedida donde se mezclen sentimientos de amor y de reproche; plantear pequeñas metas para quedar con gente…

En definitiva, las tareas que podemos elaborar para afrontar el proceso, serían: en primer lugar, aceptar la realidad de la pérdida; en segundo lugar trabajar las emociones y el dolor de la pérdida, reconociendo el dolor emocional, conductual e incluso físico; en tercer lugar adaptarse al medio en el que la persona fallecida está ausente, tomando conciencia de los roles que ahora nos tocará llevar a cabo sin contar con la ayuda de la persona en cuestión, y por último recolocar emocionalmente a la persona fallecida y continuar viviendo.

Todo esto teniendo en cuenta que el proceso de duelo aunque progrese habrá malos días, ya que no es un proceso lineal y que será un proceso a largo plazo. Al igual que ocurre con el sentimiento de soledad, en el duelo no suele ser necesario el empleo de fármacos, pero si el malestar es excesivo puede ser conveniente buscar la orientación de los profesionales.

Cuando el duelo no se puede superar, hay talleres impartidos por profesionales de la psicología, para manejar el duelo y afrontar la muerte, que tanto a nivel grupal como individual pueden ayudar a superar el proceso de duelo con cierto éxito.


Imágenes: Sandra Rosado

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